lunes, 11 de enero de 2010

Campo de batalla

Otro día de dura lucha comienza. Las diez de la mañana es el momento en que se levanta el toque de queda. La gente comienza a pasear por las callejuelas, mientras los soldados se afanan en levantar las construcciones que, una y otra vez son derruidas por el enemigo, ese enemigo hostil que invade las calles de esta pequeña ciudad, donde sus habitantes comienzan a pasear desde las diez de la mañana. Todos con soldados aquí, todos constructores, albañiles, electricistas y cuantos oficios sea necesario ser. De esta manera los habitantes pueden seguir reconstruyendo su ciudad una y otra vez, día tras día.
Hacia el medio día la ciudad esta casi desierta, el enemigo ha marchado a sus trincheras para descansar y comer algo, antes de volver al ataque por la tarde. Quedan aun unos pocos, una especie de reten para que no nos olvidemos de que están ahí, de que estamos dominados por ellos, de que sin ellos, nuestra vida no tendría razón de ser.
Pasan las horas, aburridas en la tarde, que comienza cansina con el ir y venir de los soldados por esta pequeña ciudad, donde cada día hay una guerra, una guerra distinta hoy de ayer y de mañana. Los soldados son siempre los mismos, correteando por las calles como las hormigas lo hacen por el campo en busca de comida, en busca de esa actividad diaria gracias a la que pueden continuar viviendo.
A media tarde hay que estar dispuesto para soportar la avalancha que se echa encima, para minutos mas tarde desaparecer como si nunca hubieran estado aquí, únicamente queda constancia de su visita en las ruinas, en esas ruinas que diariamente son levantadas y que diariamente vuelven a producirse.
Nuestros cansados combatientes descansan a la hora de comer, dos horas por cada soldado, pero acto seguido están preparados en sus trincheras para levantar cualquier construccion, para informar e incluso para atender a ese enemigo que diariamente pasa por sus calles, por las calles de su pequeña ciudad.
A la caida del sol nuestros bravos soldados esperan con impaciencia el toque de queda, ese toque de queda que les llevara a sus casas para descansar después de un duro día de trabajo, después de una lucha encarnizada con el enemigo, ese enemigo que cambia constantemente, que nunca se repite.
Las nueve y media, suena el esperado toque, los combatientes comienzan a retirarse, mientras el enemigo, ese enemigo sin el que no podríamos sobrevivir, se retira lentamente, con el cansancio de la lucha.
Otro día a terminado, un día tranquilo en esta pequeña ciudad que es un gran almacén. Otro día mas en el que vendedores y compradores luchan a brazo partido, unos colocando y otros rebuscando, unos informando y otros preguntando, para después salir pacíficamente a la hora en que se echan los cierres. Un día mas termina para dejar paso al siguiente, en donde volverá a producirse la lucha diaria en este gran almacén-

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